La pintura de Lorena Ventimiglia es seria, aunque la carota desfigurada que mira impávida parezca decir lo contrario cuando habla al ser observada. Habla muda, como lo hacen todas las pinturas… Descubrila!.
Quid nubloso. Hay algo invisible en el marmolado sintético con forma de ola para ser montada. Invisible pero perceptible. Amor que se arrebata furioso tras la gota de esmalte bermellón espeso. Y el fantasma, de un gradiente que va del verde esmeralda al amarillo de Nápoles, aparece brillando al lado.
Habla muda, como lo hacen todas las pinturas. Digo carotas- no caras- porque no hay nombres ni apellidos, igualmente éstas exigen ser reconocidas. Aparecen y demandan. Lo que hay plasmado en la pintura reclama un cuerpo físico en la bidimensión pictórica. Parece ser un lugar común, pero en ella es irreconocible el plano racional. Hay que mirar de nuevo. Y crecen unos cuernos de alce desde un río de pintura veteada, bigotes curvos, los ojos se derriten lentamente y un ave se posa en la frente para construir una ceja que faltaba. Ahí estoy. Mi sonrisa torpe se vuelve un barco, una nube envuelve mi vela y le da forma esponjosa a mi cara, lagrimeo más aves sobre el océano que se reflejan como el sol en un ocaso perfecto.
Ahí está mi amor. Más allá se edifica una familia en la imagen del oso que se deja ver llorar, rodeado por el cisne espigado que se alimenta de una nube amarilla de azúcar. La honestidad con la que se manifiestan estas presencias, licuadas en el ojo pero reconstruidas por la razón, asientan directo sobre espíritu. La libertad comanda la mutación espontánea en la que Ventimiglia nos sumerge. El salto al vacío que hay en cada obra -salto que la artista dejó por sentado en cada baldazo de esmalte- obliga a quien mira a enfrentarse al abismo lingüístico. El terreno inexplicable, o mejor dicho, irrazonable. Sin palabras, los caminos que transita Lorena, ciertamente no son los fáciles. Imposibles de clasificar, son los que se construyen inconscientes, pero en vez de ser oníricos son ciertos.
Habla muda, como lo hacen todas las pinturas. Digo carotas- no caras- porque no hay nombres ni apellidos, igualmente éstas exigen ser reconocidas. Aparecen y demandan. Lo que hay plasmado en la pintura reclama un cuerpo físico en la bidimensión pictórica. Parece ser un lugar común, pero en ella es irreconocible el plano racional. Hay que mirar de nuevo. Y crecen unos cuernos de alce desde un río de pintura veteada, bigotes curvos, los ojos se derriten lentamente y un ave se posa en la frente para construir una ceja que faltaba. Ahí estoy. Mi sonrisa torpe se vuelve un barco, una nube envuelve mi vela y le da forma esponjosa a mi cara, lagrimeo más aves sobre el océano que se reflejan como el sol en un ocaso perfecto.
Ahí está mi amor. Más allá se edifica una familia en la imagen del oso que se deja ver llorar, rodeado por el cisne espigado que se alimenta de una nube amarilla de azúcar. La honestidad con la que se manifiestan estas presencias, licuadas en el ojo pero reconstruidas por la razón, asientan directo sobre espíritu. La libertad comanda la mutación espontánea en la que Ventimiglia nos sumerge. El salto al vacío que hay en cada obra -salto que la artista dejó por sentado en cada baldazo de esmalte- obliga a quien mira a enfrentarse al abismo lingüístico. El terreno inexplicable, o mejor dicho, irrazonable. Sin palabras, los caminos que transita Lorena, ciertamente no son los fáciles. Imposibles de clasificar, son los que se construyen inconscientes, pero en vez de ser oníricos son ciertos.
TEXTO: Guido Ignatti
Filosofo con máscara y peluca.
Hodorowski tuvo razón.
Hola Zuzanna.
La perfección siempre es ajena.
Orate libre.
Solo sé generar deseo.
Ventrilocuasia.
Melancolic.