Una de las intenciones de encarar un montaje con sutiles aspectos de casa era disminuir la brecha entre objeto-modelo y obra, entre experiencia perceptiva y acto de creación, que identifica a los trabajos seleccionados. Y ese aire doméstico –la sucesión de cinco salas separadas por puertas tiene algo de casa chorizo–
Resulta de algún modo en algo ficcional, por cuanto coloca en una situación indefinible el exterior y el interior de la exposición, la funcionalidad de los elementos que la integran, su naturaleza inclusive.¿Es o no es parte de la obra este montaje-casa? La dificultad con la que el espectador ha de enfrentarse en un hipotético intento de separar las partes garantiza la incertidumbre. Vale decir que si el montaje sugiere un ambiente doméstico es justamente para enfatizar lo que emana de la obra (la ambigüedad entre real e irreal, expresada en una densidad de sensaciones espaciales) y adelgazar así la distancia entre obra y real. Lo que a su vez produce resonancias con el parecido efecto que surte la selección de fotos y su proyección como pequeño filme. Incluir estas fotos podía, pues, quitarle al resto de las obras su peso de obras. Era otra de las apuestas que hicimos con Duville. Se sabe que el dibujo, como pilar de la monumental tradición de las bellas artes, tiende a reforzar ese peso. De modo que la inclusión de las fotos con algún mecanismo que permitiese dejar en abierto su estatuto –¿es o no es una obra?– era fundamental. Porque, en rigor, la pregunta por el estatuto resulta irrelevante.
FOTO: Jorge Miño
Texto: Santiago García Navarro
Matias duville junto a marta minujin en malba