“A veces, sentimos que encontramos personas y lugares que nos hacen reales”, sabiendo todo el tiempo que no somos “nada ni nadie”, dice el poeta William Bronk.
En esta impresionante serie de paisajes, sin duda, Mondongo ha encontrado lo que les hace reales. El lugar es, a la vez, una localidad y un espacio interior. En otras palabras, se podría decir que estas imágenes constituyen una íntima revelación del ser. Los asombrosos cuarenta y cinco metros de paisaje sobre el drama latente de la naturaleza transmiten la impresión inmediata de algo no simplemente visto sino sentido. Esta muestra se centra, principalmente, en la relectura de dos géneros relativamente poco frecuentados en el espacio de lo contemporáneo: el paisaje y el retrato. Mondongo ha desarrollado su propia manera de abordar estos géneros, empeñados, siempre, en defender su libertad para no atarse a un lenguaje o estilo. Sus versiones nos sobrecogen y nos transmiten sensaciones de pavor y de asombro, de misterio y espiritualidad: toda una serie de emociones ante el complejo tejido de tensiones del mundo. El origen de los Paisajes se encuentra en un viaje que Laffitte y Mendanha hicieron a Entre Ríos; quedaron impresionados por la putrefacción fecunda de la vida vegetal y por las señales de muerte y renacimiento tras las devastadoras y frecuentes inundaciones. Poca gente recorre este paisaje por placer que vive tiempos de olvido, perturbado solo por la naturaleza misma.
EL DúO Juliana Laffitte y Manuel Mendanha
Nos inundan de la misma manera que el paisaje ha sido inundado durante siglos; nos empapa y nos absorbe, nos amenaza y araña, e irremediablemente nos seduce.
En algún punto de nuestras vidas todos queremos saber cómo nos representamos y quiénes somos. El retrato pone imagen al espíritu colectivo de una época; a la forma en que se ve a sí misma y a la manera en que elige ser vista. Plantea no solamente la pregunta acerca de la apariencia del ser humano, sino, y más profundamente, la reevaluación de su situación frente al mundo. Ron Kitaj tenía razón al decir que ¡cada generación debe conocer su rostro! Mondongo se siente a sus anchas en este género, y ha regresado a menudo a él a través de figuras del mundo artistico o literario, de la sociedad argentina, de amigos o miembros de su propia familia. Por ejemplo, el retrato de Rodolfo Enrique Fogwill constituye, sin duda, una aguda lectura sobre su personalidad. Fogwill no fue simplemente una figura literaria importante sino un amigo que frecuentaba el estudio. Mondongo lo veía como un hombre tenso e irasciblemente atractivo, que había vivido la vida empujando sus límites. Nos proponen un rostro surcado por los altibajos de su propia vida. Otro de los retratos más psicológicamente conmovedores es el de los hijos de Fogwill: una especie de representación simbolista, schoenbergiana, altamente cinemática realizada en cera. Parecen salidos de una película de Bresson o de Dreyer, en actitud expectante, como sombras oscuras y sensibles, como figuras espectrales. Saben que los residuos del ser humano están ahí e intentan retratarlos, conscientes, al mismo tiempo, de que jamás podremos conocernos. Mondongo intuye que la imagen que tenemos del mundo es falsa y que lo mejor que podemos hacer es una compleja serie de aproximaciones.
FOTO: Jorge Miño
TEXTO: Kevin Power